Aurelio Romero, poeta do apremio relaxado

Aurelio Romero Serrano é director xeral do Gabinete da Presidencia da Xunta de Galicia. Gaña 57.105,15 euros ao ano. Naceu en Ciudad Real. Fala galego, pero escribe en castelán. Pasou case toda a súa vida profesinal –é xornalista– entre as gabetas da Administración pública e da publicidade. Para min o que é, fundamentalmente, é un gran poeta. O outro día presentou na sede conmpostelá da Fundación Caixagalicia un libro titulado Siempre hay alguien que xa lles gustaría firmalo a moitos dos poetas e poetiñas que publican en galego con cargo participado polos orzamentos públicos.
Xosé Luís Alvite, afectado por unha doenza que o ten pechado na súa casa, non puido oficiar de sacristán de Coimbra como lle pedira o editor do libro, Alexandro Diéguez, de Ézaro Ediciones, pero mandou ao acto 500 exactas palabras que foron lidas comme il faut por Xosé Ramón Fandiño, que no canto de ter voz augardentosa case pode competir con Alvite. As actrices Gloria Ferreiro e Mela Casal e o intérprete Xavier Picallo recitaron escenicamente varios versos de Romero de maneira maxistral diante dun numeroso público que contou coa presenza de altos cargos como Marisol López, Fernando Salgado, Gumersindo Ginarte, Manuel Xosé Fernández Iglesias ou Xoán Gómez.
Sobre a poesía de Aurelio, da que me encantará seguir falando outras veces, coido que o mellor é reproducir as 500 palabras de Alvite. Retratan maravillosamente os poetas que levan dentro o autor do libro e o encargado de presentalo. Son as que siguen:

Siempre pensé que la locura era una morbosa perversión del talento y la inclinación a la poesía, un simple defecto de la salud. Estaba equivocado. Tan equivocado como cuando, desde el ostracismo de mis reiterados fracasos, pensaba que en realidad la belleza de una mujer como Rita Hayworth solo podía ser un defecto de mis ojos. Aurelio Romero Serrano es la evidencia de mis tres errores: su talento no le ha vuelto loco; su aliento poético no es solo un cuadro clínico; y la belleza de sus pensamientos, amigo mío, se puede incluso captar si se lee con los ojos cerrados en el interior de los bolsillos. Estamos ante un sutil poeta del apremio relajado. Hay en este libro algunos poemas lúcidos, intensos y acuciantes que mismo parecen escritos en las manecillas de un reloj a punto de quedarse sin cuerda, como en esas dos líneas en las que escribió: “Camina, olvido, Ancla tus pies en este futuro”. Esa actitud serena del poeta la descubrí cuando nos presentó nuestro común editor, mi “hermano” Alejandro Diéguez. Fue hace solo algunas semanas. Almorzamos en el restaurante “Camilo”, muy cerca de aquí, con el periodista Perfecto Conde. Acuciado por mi vieja aversión a los poetas y para acelerar el compromiso, prescindí de los entrantes, pedí un pescado vuelta y vuelta y renuncié al postre. Luego nos metimos en conversación y descubrí la hondura dialéctica de Aurelio al mismo tiempo que esa serenidad moral que solo tienen los hombres cuando emplean la mitad de su talento en disimular la otra mitad. Levantamos la mesa a media tarde. Tuve entonces la sensación de haber vivido uno de esos raros momentos en los que comprende uno lo temprano que a veces se hace tarde. También comprendí que la suave y cordial conversación de aquel poeta era el único manjar que al dueño del restaurante se le había olvidado incluir en el menú...y que no me importaría que figurase en el precio. La calidad de los pensamientos de Aurelio y la delicadeza casi quirúrgica de su exposición, han servido para reconciliarme con la poesía. Es el suyo uno de esos casos en los que el lector podrá estar seguro de que el papel empleado en la confección del libro no le ha hurtado algo de leña para avivar el fuego de la chimenea. Personalmente me felicito de haber acudido a aquel almuerzo. Y de haber conocido a un tipo cordial, inteligente y sensible que sudaba al hablar de sí mismo. Gracias a haber leído los poemas de esta obra, contraigo a gusto la sagrada deuda de la amistad de Aurelio y la certeza de que todavía hay poetas de los que no se puede decir que solo son unos señores que no saben escribir sin que sus versos parezcan una pretenciosa y estúpida manera de desaprovechar el papel escribiendo al biés. Y como él mismo escribe en este libro, no me importa compartir su idea de que “La soledad es ese hueco Vacío Que huele a ti”