Son moitos os focos que están dirixidos
sobre o esperanzador comportamento do novo Papa Francisco dende que sucedeu ao demisionario
Bendicto XVI. Dende posicións moi diversas están a seren analizadas todas e
cada unha das decisións que vai tomando o primeiro arxentino que accedeu á
cabeza da Igrexa Católica, e non é a menos importante a que o levou a elixir un
galego para cubrir o primeiro nomeamento oficial que levou a cabo o 5 de abril.
Francisco nomeou
secretario da Congregación para os Institutos de Vida Consagrada e as
Sociedades de Vida Apostólica ao ata agora ministro xeral da Orde dos Frades
Menores Franciscanos (OFM) e presidente da Unión dos Superiores Xerais, o
ourensán Xosé Rodríguez Carballo,
ao que tamén elevou ao cargo de arcebispo de Belcastro, en Catania (Italia).
Foto: Cristina Diéguez |
No ano 2010 tiven o pracer de coñecer en
Roma a este importante dirixente da Igrexa Católica, que me causou unha fonda e
admirativa impresión. Este antigo mozo dunha aldea da provincia de Ourense,
fillo de labregos, ex profesor do Seminario Maior de Vigo e da Facultade de
Teoloxía de Santiago e ex ministro da Provincia Franciscana de Santiago de
Compostela, estudiou, entre outros sitios, en Herbón, onde foi compañeiro e
amigo do pintor galego Lamazares,
que conserva del grandes e boas lembranzas.
Coñecino cando fun ao Vaticano para facer
unha serie de entrevistas cos galegos que máis mandaban daquela –estabamos no
ano 2010– na Igrexa Católica, que se publicou no número 10 da revista Galegos. Falei longo en tendido con el, en
compañía do cineasta Ángel Peláez
e de Cristina Diéguez,
que lle fixo as fotos. A impresión que me quedou máis marcada del é a de que se
trata dunha persoa altamente sensibilizada polos problemas sociais do noso
tempo, un home dotado dunha especial conciencia crítica que lle fai preocuparse
polo feito de que as cousas non marchen ben. “As diferenzas entre ricos e
pobres –díxome daquela– en
vez de seren cada día menores, son máis grandes e as distancias agrándanse. O
pobre cada vez é máis pobre e o rico cada vez é máis rico”.
Polo seu interese, reprodúcese aquí
integramente a entrevista que se publicou en Galegos.
José Rodríguez Carballo
“Los gallegos tenemos
vocación universal”
José Rodríguez Carballo
nació en la aldea de Lodoselo, cerca de Xinzo de Limia (Ourense), en 1953. En
el año 2003 fue elegido ministro general de la Orden de los Franciscanos, cargo
para el que fue reelegido en Asís (Italia) seis años más tarde. Es uno de los
gallegos más influyentes en la organización de la actual Iglesia Católica.
P.C.
–¿Cómo se siente un gallego de A
Limia en la Ciudad Eterna?
–Los gallegos creo que tenemos vocación
universal. Se habla mucho de que tenemos morriña, y es verdad. Yo tengo morriña
de mi tierra. Tengo morriña de mi pequeño pueblo, para mí es el más hermoso,
Lodoselo, y por eso siempre que tengo algún tiempo de vacaciones, cada año, por
el mes de agosto, suelo ir a mi pueblo. Estoy cansado de viajar y lo que quiero
es estar allí descansando con mi familia. Tengo a mi hermana, casada con dos
hijos. Tengo a mi padre. Nos llevamos muy bien. Gracias a Dios, somos una
familia muy unida y por eso, con muchísimas ganas, voy allá. Tenemos, por
tanto, nostalgia, pero al mismo tiempo el gallego tiene un corazón universal.
Tal vez porque fuimos siempre un pueblo de emigrantes. Yo, lo digo con orgullo,
soy hijo de emigrantes. Mis padres fueron emigrantes en Alemania y en Suiza.
Puedo decir que somos una familia bastante bien, pero ese afán de tener un
poquito más, para que los hijos no sufran a lo mejor privaciones que tuvieron que
sufrir ellos, esto fue lo que puso a mis padres en camino. Yo mismo de niño,
cuando iba de vacaciones, dos años me fui a Suiza porque ellos no podían venir
a España en ese momento y yo quería estar con ellos y ellos conmigo. Por tanto,
ese corazón universal está muy presente en la vida de los gallegos. Yo me
siento muy bien en Roma. Ya llevo trece años seguidos en esta misma casa. Me
siento en mi casa. A los frailes que aquí vivimos los considero mis hermanos, y
ellos me consideran su hermano. Somos 57 de 22 países distintos. Una comunidad
muy internacional. No faltan dificultades porque las distintas culturas, las
distintas edades, las distintas lenguas, pero es muy bonito ver que 57 hombres
que no se conocían, porque yo aquí no tengo a ninguno que conociera cuando yo
estaba en España, pues que pueden vivir tranquilamente juntos llevando una vida
muy gozosa aún cuando haya dificultades. Por eso yo diría que el gallego tiene
una gran ventaja para poder inculturarse, para poder meterse de lleno en un
pueblo, en una cultura y en una ciudad como Roma porque el gallego,
contrariamente a lo que muchas veces se piensa, no es un hombre cerrado. Es un
hombre reservado, que es muy distinto. Y tal vez esto nos viene de nuestra
historia, de lo que padeció el pueblo gallego y de lo que sufrieron los
gallegos también por esos mundos de Dios. Pero una cosa es ser reservado y otra
cosa es ser cerrado. Y yo digo siempre, además, que el gallego cuando abre la
puerta la abre de verdad.
Foto: Cristina Diéguez |
–Una
persona como usted, que viajó por todo el mundo ¿qué experiencia tiene de la
vida? ¿Cómo ve este mundo? Desde su sentimiento gallego y no solamente
religioso ¿hacia dónde cree que marchan las cosas?
–No me resulta fácil responder a esto
porque las situaciones son muy diversas, pero lo que sí puedo decir es que, en
algunos aspectos, las cosas no marchan bien. Las diferencias entre ricos y
pobres, por ejemplo, en lugar de ser cada día menores, son mayores y las
distancias se agrandan. El pobre es cada vez más pobre y el rico cada vez más
rico. Yo he viajado mucho por América Latina y el drama de aquellos países es
que no tienen una clase media
fuerte. O son muy ricos muy ricos, o son muy pobres. Y esto mismo se ve
en África y en Asia. Y también se ve, aunque tal vez en menor escala, en
Europa. Sobre todo, en Europa occidental. No así ya en la Europa del Este. Ahí
también las diferencias están muy, pero muy marcadas. Estamos viviendo un
momento de contradicción. Por una parte se habla de solidaridad, se habla de
que cada vez hay menos barreras, menos muros, sobre todo, desde que cayó el
muro de Berlín. La globalización que nos une a todos. Bueno, yo veo que este
vocabulario, en muchos casos, no responde a la realidad. Las diferencias están
muy marcadas. Incluso en la ciudad de Roma, estas diferencias se pueden ver
porque Roma es una ciudad a la que viene gente de todas partes. Si usted va
ahora mismo a los soportales de la Vía de la Conciliazione, al lado mismo del
Vaticano, podrá ver mucha gente durmiendo en el suelo. No se diga si usted va a
la Estación Termini. Lo que pasa es que muchas veces viajamos con los ojos
cerrados porque no nos interesa y no queremos ver esas diferencias tan grandes.
No queremos ver tanta pobreza, que en el fondo está motivada por grandes
injusticias. Y esto nos duele verlo y nos duele más todavía reconocerlo.
–¿Qué
recuerdos tiene de aquella Compostela en la que usted estudió, ejerció y paseó
por sus calles? ¿Se acuerda del padre Isorna?
–Todavía vive.
–¿Hablaba
en gallego con el padre Isorna?
–Sí, porque hay una anécdota en mi vida
que me influyó bastante. Yo fui a estudiar un año a Castroverde de Campos, en
Zamora. Allí, por supuesto, se hablaba siempre en castellano. Es más, en el
Seminario, en aquellas épocas, estaba prohibido hablar el gallego. Y aquel año,
que fue el único año durante mis estudios de Bachillerato que vine de
vacaciones de Navidad a casa de mis padres, llegué en el coche de línea, me
bajé y corrí a casa que estaba muy cerquita, a dos o tres minutos de la parada
del autobús. Y allí estaba mi madre, en paz descanse, y mi abuelo materno en
torno al pozo que había en el patio. Estaban lavando el pulpo porque en mi
tierra hay mucha tradición de comer pulpo el día de Nochebuena. Y yo los saludé
en castellano. Me salió espontáneo. Y mi abuelo -al cual recuerdo con muchísimo
cariño, era una gran persona, un gran creyente, un gran hombre, quedó viudo muy
joven con cuatro hijos y los sacó adelante con mucho sacrificio y mucho
trabajo- pues tuvo una expresión que yo no repito ahora, que es muy popular en
Galicia, diciendo bueno pues ya viene nuestro nieto hablando castellano. Él lo
dijo con otras palabras. Desde ese día, me hice el propósito de hablar siempre
en gallego con mi familia y con mi pueblo porque yo creo que esa lengua me
acerca más a su realidad. Yo no soy fanático de la lengua gallega, pero
ciertamente me gusta porque es la lengua que mamé de niño y que sigo hablando
cuando tengo ocasión. Aunque celebro generalmente la Misa en castellano,
muchísimas veces la predicación la hago en gallego. En el gallego de mi pueblo.
No me preocupo para nada si es un gallego según las normas de la Academia o no.
A veces incluso sé que no es según las normas y podría usar otras expresiones,
pero yo quiero hablar el gallego de mi pueblo. El gallego de mis paisanos, el gallego
en el que fui criado. Me encanta ese gallego.
–Dígame,
ahora que el Papa va a ir a Santiago dentro de poco, si le preguntara a usted
en qué debería fijarse de esa ciudad ¿qué le diría?
–Yo creo que Compostela tiene muchas
cosas en las que hay que fijarse. Quien va a Compostela no puede cerrar los
ojos ante una única belleza. Compostela tiene muchas bellezas. Por ejemplo, a
mí me encanta ir al Monte del Gozo y, desde allí, divisar Compostela. Me
encanta, por supuesto, entrando en Compostela y yendo hacia la catedral por la
rúa de San Francisco, volverme hacia atrás y ver aquel monumento precioso,
único, de Asorey delante de nuestra iglesia de San Francisco. Es precioso
porque ahí está en perfecto diálogo la sencillez del material, son piedras
normales y corrientes, con la elegancia y la genialidad propia de un Asorey.
Después no digamos la plaza del Obradoiro. Eso es único. Yo conozco muchas
plazas. Ninguna, ninguna, como la de Compostela. Y no lo digo porque sea
gallego o me sienta compostelano. Es que creo que es así. La diversidad de
estilos que se conjugan en perfecta armonía. Y después la fachada de San Martín
Pinario. Luego a mí me encanta la fachada del monasterio de Santa Clara, al que he ido tantísimas
veces y sigo yendo. Por tanto, decir una belleza en la que hay que fijarse es
olvidar que Compostela es toda ella bella, hermosa y naturalmente, cuando uno
entra en la catedral, queda extasiado ante el Pórtico de la Gloria. Eso es
único. Y ante el altar mayor, el abrazo al Apóstol, la visita a la tumba, pero
yo digo que Compostela no se puede fraccionar. Compostela es única en su unidad
y yo nunca separaría unas cosas de las otras. Eso es lo que da belleza a
Santiago. Y después hay una cosa que a mí me encanta: ver los peregrinos.
Porque el peregrino se confunde con Compostela misma. Yo diría que es el alma
de Compostela, el peregrino. Ver como unos llegan a caballo, otros en
bicicleta, otros a pie. Nosotros allí tenemos un observatorio único, San
Francisco, que es por donde entran tantos y tantos peregrinos. Forman parte de
la belleza de Compostela. La catedral misma no sería lo que es sin los
peregrinos. Por eso yo le diría al Santo Padre que entre en Compostela con los
ojos muy abiertos, que seguro que lo hará, porque lo que va a encontrar va a ser
algo maravilloso.
–Usted,
que va tantas veces al pueblo del fundador de la Orden y pisa frecuentemente
aquellas piedras de Asís ¿no las compara de alguna manera con el bosque de
piedra de Compostela?
–A mí Asís me recuerda mucho a
Compostela. Por eso me alegra muchísimo que Asís y Compostela, Compostela y
Asís, estén hermanadas. Yo asistí al acto de hermanamiento. Me llevo muy bien
con el alcalde de Asís. Todavía hoy estuvimos juntos y recordamos la belleza de Compostela. Y
todavía hoy hablamos de su próximo y mi próximo viaje a Compostela que será,
Dios mediante, para la fiesta del Apóstol. Para mi Asís habla de un modo muy
particular. Allí vivió, allí murió Francisco de Asís que, para mí, es el hombre
más maravilloso después de Cristo. Allí nacimos. Por tanto, Asís es un poco
como mi Lodoselo, pero en franciscano. Así como en Lodoselo nací como hombre,
como persona, en Asís he nacido como fraile. Todo esto hace que Asís sea algo
único, pero esto no impide que yo, cada vez que voy a Asís, me acuerde de Compostela.
Sobre todo cuando camino. Ayer a la noche, salí con dos hermanos, con dos
compañeros, a dar un pequeño paseíto por la ciudad de Asís y me salió
espontáneo: me parece que estoy en Compostela. Sólo falta una cosa aquí, y es
que no se oye el sonido de la gaita. Porque en Compostela hay una figura que
siempre me llama la atención y que, si alguna vez, rarísima vez, no la
encuentro, la echo de menos. Bajo el arco del palacio de Gelmírez siempre hay
un gaiteiro. Yo echaba de menos ayer en Asís un gaiteiro. Me acuerdo mucho de
Compostela y puedo decir también que este año, cuando voy a Asís, me acuerdo
mucho de pedir por Compostela, pedir por todos los peregrinos que van a
Compostela, por la Iglesia de Compostela, por el pueblo gallego y por mi amada
Provincia de Santiago.
–Son
varios los gallegos –usted, uno de los importantes- que están en el Vaticano.
¿Se ven con frecuencia?
–Ya nos hemos visto con más frecuencia de
lo que nos vemos ahora porque yo ahora tengo tantos viajes que es difícil
ponernos de acuerdo, pero sí nos vemos de vez en cuando. A veces nos juntamos
simplemente para dar un paseíto y terminar comiendo una pizza y charlar de
nuestras cosas, de nuestra tierra, de Compostela y de Galicia. Por supuesto que
siempre que nos encontramos disfrutamos recordando a Galicia. En este momento
estamos un poquito en una situación de privilegio al tener al señor embajador,
don Francisco Vázquez, entre nosotros. Él cuenta siempre con los gallegos en la
embajada y allí un poco nos sentimos en nuestra casa. Nos encontramos con
relativa frecuencia y, a veces por casualidad. El otro día fui a la farmacia
del Vaticano y allí me encontré a fray Martiño. Con don Francisco Froján me he
visto recientemente en diversas ocasiones en la Embajada o en el Vaticano. Este
mundo es más bien pequeño y parece que tenemos un imán que, cuando podemos,
estamos juntos.
Foto. Cristina Diéguez |
–Dígame
algo de la peregrinación de San Francisco a Santiago.
–San Francisco era un verdadero
itinerante. Un hombre en camino. Y era un hombre deseoso de morir mártir. Por
eso, después de recorrer toda Italia, se pone en camino hacia Santiago de
Compostela. Hay que recordar que, en aquel tiempo, Santiago, junto con
Jerusalén y Roma, eran los lugares más importantes de la peregrinación
cristiana. Él ya había estado en Roma en el 1209, para la aprobación de la
Regla, y ahora en el 1214, se pone en camino hacia Santiago de Compostela. El
Camino Francés, que fue el que él recorrió, está lleno de recuerdos del paso de
San Francisco hacia Santiago. Tal vez el más singular, el más importante, es el
que se encuentra en la catedral de Ciudad Rodrigo que probablemente sea la
primera escultura de San Francisco, cuando él todavía estaba vivo. En aquel
momento la catedral está en construcción. Francisco pasa por Ciudad Rodrigo. El
obispo está enfermo. A ruegos de alguien cercano al obispo, Francisco va a
visitarlo y, a raíz de esta visita, el obispo sana. Y, como agradecimiento a
ese peregrino, desconocido, el obispo mandó esculpir en uno de los capiteles de
la catedral la figura de ese peregrino. Y ahí aparece un hombrecito, más bien
bajo. Así era Francisco.
–¿Qué
edad tenía?
–En torno a los treinta y algo. Ahí
aparece con la capucha puesta, con bastón, no tiene aureola porque, por
supuesto, no había muerto ni era santo. Ese es tal vez el recuerdo más hermoso
de la visita de Francisco a Santiago. Y después ya Santiago está lleno de
recuerdos de la visita de San Francisco. A las afueras hay un barrio que se
llama San Paio. Allí hay una capillita pequeña que hoy atendemos los
franciscanos. Llevamos la Catequesis de ese barrio de Santiago. Está a pocos
metros del antiguo estadio de fútbol de Santa Isabel. Y ahí era donde vivía un
cierto Cotolay, que fue el que acogió a Francisco y por eso hoy sus restos
están a la entrada del actual convento de San Francisco de Santiago, en la
portería. Allí estuvo San Francisco no sabemos cuanto tiempo. Lo cierto es que
enfermó y entonces vino hacia la ciudad. Y, dada su relación con los
benedictinos, les pidió que le dejasen hacer una pequeña choza en la huerta de
los benedictinos. Y allí estuvo. Después ya la leyenda dice que al principio
sólo pidió la extensión que podría abarcar la piel de un toro, pero la piel se
fue estirando tanto que cubrió toda la extensión de tierra que hoy ocupa el
convento de San Francisco, que no es pequeña. Y ahí probablemente San Francisco
fundó el primer convento de la Orden, y lo cierto es que enseguida hubo frailes
y, por tanto, es una de las primeras, si no la primera, casas de la Orden.
Parece ser que la intención de San Francisco era marcharse a Marruecos, pero no
pudo hacerlo por la enfermedad y regresó a Italia. Y, en el 1219, en Santiago
había estado en el 1214, se va a Tierra Santa. Esa idea diríamos fija de San
Francisco de ir al encuentro con el Islam, convencido de que moría mártir, pero
el Señor no le dio esa gracia pues sabemos muy que allí habló personalmente con
el sultán Melek-el-Kamel y el sultán, viendo a ese pobrecillo fraile sin
ninguna pretensión, que se presentaba simplemente como embajador del Dios Altísimo,
no sólo no lo mandó matar sino que dio permiso a sus frailes para que
anduviesen libremente por todo el imperio. Por eso los franciscanos estamos
desde hace ocho siglos en Tierra Santa, en Palestina. Y dicen algunas fuentes
que el sultán murió convertido porque, antes de morir, habría pedido el
Bautismo. Este no es un dato histórico, pero lo cierto es que Francisco estuvo
allá y que quería morir mártir. Y eso es lo que tal vez explica un poquito la
peregrinación de Francisco a Santiago para ir luego a Marruecos, lugar al que
nunca fue. En San Martín Pinario hay una imagen muy hermosa, es la única que he
visto hasta ahora, donde se representa a San Francisco peregrino con un
cestillo de peces porque él no quiso en propiedad esa pequeña choza que
construyó allí, que luego daría lugar al convento, sino que se comprometió a
pagar un tributo anual como hacía en Asís con la Porciuncula, y el tributo
consistía en una cestilla de peces que se pescaban en un riachuelo, que se
llama río dos Sapos, que está allí muy cerquita del convento de San Francisco.
Y esto es una imagen hermosa que nos habla de ese Francisco cruzador de
fronteras que va al encuentro del otro. Yo me lo imagino allí en medio de la
catedral, confundido con toda esa multitud de peregrinos que ya había entonces.
Me lo imagino ayudando en el leprosario que estaba a la entrada de Santiago,
para los que contraían lepra y que no podían entrar en la ciudad, pues él
seguro que los estuvo sirviendo como antes había servido a los leprosos de
Asís. Y me lo imagino por el Camino Francés llegando a Compostela y predicando
la paz y el bien a todo aquel que encontraba, cantando porque a él le gustaba
cantar. Era poeta, era un trovador, y yo me lo imagino con un semblante
pacífico, humilde, sencillo y alegre. Y dispuesto a darse a quien encontraba.
Por eso dejó tanta huella a lo largo del Camino.
–¿Y
él relató todo eso?
–Esto está en Las Florecillas. Yo ahora mismo no puedo citar el
capítulo porque citaría erróneo, pero está escrito en Las Florecillas. Y también hay otras fuentes que nos
hablan de todo esto.
4 comentarios:
Non sei que clase de letra usa Don Perfeuto, pero no meu computador non se ven nada ben.
Como só é no seu blog, supoño que será pola tipografía que usa. Faga o favor e trate de usar outra.
Graciñas
Non sei que clase de letra usa Don Perfeuto, pero no meu computador non se ven nada ben.
Como só é no seu blog, supoño que será pola tipografía que usa. Faga o favor e trate de usar outra.
Graciñas
Me temo que non sea da sua computadora. Millor ir a mirarse a vista. A nosa idade cada ano po lo menos.
Querido Carqueixa:
Non lle faga caso ao anónimo anterior. Seguramente se debe a que estou usando, como procesador de textos, o programa Pages de Apple e pode que o software do seu ordenador non o "traduza" ben.
Téñame ao corrente de como lle vai cando publique un novo post.
Grazas.
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